jueves, 21 de febrero de 2013

Sobre la vaguedad de Bertrand Russell


   Bertrand Russell, más allá del texto, me lleva a preguntarme por cuántas palabras necesitamos para poder expresarnos y cómo podemos hacerlo del modo más correcto. Pues bien, el diccionario de la Real Academia Española tiene 11.425 palabras nuevas desde 1992, lo que hace un total de 88.431 palabras. Con este dato pretendo ilustrar una gran paradoja, y es que parece que cuantas más palabras y categorías en las que organizarlas tenemos, más difícil es para nosotros mismos definirnos.
"En este momento hay ochenta y ocho mil, cuatrocientas treinta y una palabras. Algunas desde hace mucho tiempo, otras recién llegadas, algunas se agrupan en adjetivos, adverbios, sustantivos o verbos. Algunas son simplemente preposiciones. Ochenta y ocho mil, cuatrocientas treinta y una palabras. Y a veces… todo lo que necesitas es una."
Adaptación de la frase de One Tree Hill “Seis mil millones de almas. Y a veces… todo lo que necesitas es una”

   Me he tomado la libertad de modificar la frase original para expresar lo que quiero decir. Hablo de algo más que de encontrar el conjunto de letras perfecto que transmita armoniosamente lo que sentimos. Hablo de lo más profundo, maravilloso e increíble que tenemos. Por supuesto, hablo de nuestra capacidad para definirnos y para mostrarnos al mundo tal y cómo somos, y de conocer el mundo tal y como es. De buscar nuestro verdadero ADN en las letras y, por supuesto, de encontrarlo.

   Me he preguntado acerca de este tema y mi principal duda no ha sido otra que la de averiguar si, en realidad, el fallo es más bien nuestro por no ahondar más en la superficie como con un ticket de “rasca y gana”, por no dedicarle un poco más de tiempo a pensar qué es lo que nos ocurre y a nombrarlo alto y claro, lo que realmente significan… Y después de pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que este no era el fallo. Ahora, sí que he encontrado otro con el que no tendremos más remedio que aguantar cómo nos señalan con el dedo.


   La culpa que se nos puede achacar es la de no haber respetado la ley del tercer excluido de Aristóteles. Como él dijo “o es o no es”, y realmente somos culpables de intentar cambiar la realidad y tratar de modelarla a nuestro gusto, que no es siquiera el de todos los hombres sino el propio. Y, como consecuencia, la palabra se tiene que transformar también a su caprichoso antojo. Un ejemplo claro de esto lo podemos encontrar en la cantidad de nombres, todos sin sentido y realmente mal delimitados, que se le ha dado al bebé dentro de la barriga de su madre… Y todo para decir que no es un niño. Pues bien, y para que conste en acta: igual que no le puedes pedir peras a un limonero, no le pidas a una madre algo distinto de un ser humano. Coherencia.
   
   No me gustaría crear aquí un debate por el cual parezca que el desarrollo y la evolución del lenguaje no es buena, al contrario, está muy pero que muy bien, lo que no lo está es esa necesidad de transformar la realidad abusando de nuestra libertad y nuestra capacidad para hacer cosas grandes, como si fuéramos Midas que convertía todo en oro… solo que dejando a nuestro paso un gran rastro de absurdo que sería inolvidable. Un ejemplo donde esto se ve muy claro es en la falta de respeto por la vida, como decíamos anteriormente y, citando a la Madre Teresa: “una sociedad que mata a sus hijos, no tiene futuro”. Pues, en definitiva, estamos asfixiando nuestra capacidad de hablar, de entendernos, de relacionarnos.

   En mi opinión, existe una verdad irrefutable que se puede decir que no va a cambiar nunca, y es justamente esta realidad y esta certeza lo que nos hace desenvolvernos en un ambiente seguro y tranquilo. Lo correcto o lo incorrecto, lo bueno o lo malo, no ha cambiado, y no cambiará nunca. Sin embargo, los que sí que cambiamos somos nosotros mismos. Y nos hemos creído que, para adaptarnos al nuevo cambio hemos de renombrar todo lo que nos rodea.



   La cuestión que plantea este ensayo es que ya no sabemos cómo llamar a muchas de las cosas que antes no nos suponían gran problema. Y es que las cosas son como son, y punto. No podemos dejarnos llevar por las circunstancias del entorno, ni empezar la casa por el tejado… Lo que tenemos que hacer, y en conclusión, para salir de esta absurda vaguedad, que no de la vaguedad, es simplemente reconocer lo intocable, y vivir alrededor de la verdad, la belleza y el bien. Y no dejar de adaptarnos nosotros, y crear nuevas palabras que nos definan… y que definan estos tres ejes cardinales.

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