jueves, 11 de abril de 2013

Descubriendo América


San Agustín cuenta en Las confesiones que, aunque en su vida había tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que deseara ser engañado”[1]

 Es curioso pero esto pasa realmente. No hay nadie en el mundo que desee ser engañado, que desee ser herido de esta manera. Y es que la mentira es lo que más daño puede hacernos, puede convertirnos en seres pequeños e indefensos, puede arrinconarnos. Por eso es tan importante la verdad. Nos movemos en un mundo en el que la verdad juega el mismo papel que la gravedad. Es lo que nos mantiene en la Tierra, lo que nos hace darnos cuenta de dónde, con quién y por qué estamos donde estamos, hacemos lo que hacemos.



 Imagina por un momento vivir en un mundo en el que no existiera la verdad. Yo no quiero ni siquiera pensarlo. Sin la verdad no somos nada. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez en la vida que te encuentras de frente con dudas existenciales sobre tu vida, sobre quién eres, y si no hubiera verdad, ¿cómo podrías saberlo? Además, hay que reconocer que en estos momentos más que descubrirlo uno mismo, que también, necesitamos que nos lo diga alguien desde fuera. A veces, por la razón que sea, no nos encontramos o no nos reconocemos, nos vemos desde fuera… Y justo porque sabemos quiénes somos podemos decir “este no soy yo” y te puedes preguntar “qué me está pasando”.



 Muchas veces responder este tipo de preguntas conlleva a una inevitable soledad donde hay muchas posibles respuestas flotando dentro de tu cabeza y ninguna válida. Y la soledad está bien a la hora de buscar la verdad, es importante de vez en cuando pararse uno mismo a pensar sobre quién es y sobre otras muchas cosas, pero nunca seremos capaces de descubrirla realmente sin la ayuda de los demás, de los que están fuera y que forman parte de tu vida.

 Esto me lleva a mi segundo punto, y es que la verdad solo es cierta si es compartida. Ahora me voy a explicar: del mismo modo que un niño recién nacido no puede cuidarse solo porque no puede satisfacer sus necesidades fisiológicas, el ser humano tampoco puede que encontrar la verdad por su cuenta. Somos seres sociales por naturaleza y con esta afirmación ni estoy descubriendo América ni he encontrado el tesoro enterrado, pero es que justo por esto solo podemos movernos por un mundo en el que se hable con la verdad por delante y donde la verdad sea objeto común. La verdad está al alcance de todos. La verdad hace feliz, llena de vida. La verdad proporciona seguridad. La verdad sana heridas, cura cicatrices. La verdad duele muchas veces, pero es la verdad. A pesar del dolor, nadie quiere vivir en una mentira. Es importante que conozcamos la verdad no solo para reconocernos, sino también para poder conocer a los demás.



 Si no me dices la verdad, si me engañas, si me intentas vender gato por liebre traicionarás mi confianza, la destrozarás, la harás añicos. Creo que lo has entendido. La cuestión es que yo solo puedo confiar en ti si eres sincero conmigo. No quiero que me digas todas las verdades que piensas, que compartas todo conmigo, no quiero saber qué pasa por tu cabeza veinticuatro horas siete días a la semana, de verdad que no, ni que confundas la sinceridad con la maldad. Lo que quiero, simplemente, es que me digas la verdad.



 Y muchas veces decir la verdad es lo que más cuesta, quizá porque nos damos cuenta de lo que es auténtico. Confesar es de las cosas más difíciles que se hacen, y es algo que hacemos continuamente. Además, uno no se excusa delante de otro si no quiere que cambie su percepción sobre él. Del mismo modo que hay que tratar de ser verdaderos, no nos gusta que nos etiqueten o encasillen en categorías que no admitimos y con las que no nos identificamos. Eso es porque la imagen, la percepción que se han hecho no coincide con la que queremos dar, con la que de verdad somos.

 No puedo conocer a alguien si no conozco su verdad, su razón de ser. No hay porqué compartirla siempre, pero sí que conocerla. Es que parece que vivimos en un mundo donde las “mentiras piadosas” se están haciendo un hueco, cada vez más grande, y se está asentando. No decir la verdad es el primer paso para romper cualquier tipo de relación que se mantenga. No son necesarios grandes actos de desprecio, sino unas palabras que no son verdaderas. Y esta es, en parte, la fuerza de las palabras. Y la fuerza de la verdad.

 Propongo claridad, sencillez, humildad… propongo verdad en la vida de todos. Propongo no tener miedo, propongo seguir adelante, preguntar a los demás, preguntarse uno mismo. Con la verdad por bandera no hay nada que no se puede solucionar, y esto sí que es como descubrir América.





[1] NUBIOLA, Jaime. “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”