viernes, 21 de junio de 2013

El de la elección correcta


 “La publicidad se basa en una cosa, la felicidad. Y, ¿sabes lo que es la felicidad? La felicidad es el olor de un coche nuevo. Es ser libre de las ataduras del miedo. Es una valla en un lado de la carretera que te dice que lo que estás haciendo lo estás haciendo bien”
Don Draper in Mad men


      Estudio publicidad y relaciones públicas, y estoy muy orgullosa con una decisión que casi fue fruto del azar. Estudio como hablarle a las personas, estudio como tratarles, como aprender a conocerlas, como hacerte amigo de ellos, como hacerles felices. Estudio como convencerte para que hagas lo que yo quiero, pero no lo que yo quiero por capricho, sino porque tienes una necesidad que no sabes como cubrir. Estudio para hacerme amiga tuya, para saber de todo, para poner el mundo por frontera. Estudio para ver el lado bueno de las cosas. Estudio todo esto porque me gusta. Esta fue mi primera decisión. 


      Escribo porque lo necesito, escribo porque es lo que mejor se me da, escribo porque todo es más sencillo y transparente cuando lo veo plasmado en una hoja, en una pantalla... fuera de mi cabeza. Escribo porque me inspiran los guiones de las películas y los libros, porque me inspiran determinados gestos y paisajes. Escribo porque como dijo Paul Auster: "No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor si no lo hago." Escribo porque cuando lo hago no soy solamente yo, soy una historia, me meto en el papel, me convierto en otra persona y me pongo en su lugar. Intento entender si sería capaz de ponerme en sus zapatos, cómo reaccionaría.


      Cuando hace cuatro años elegí esta carrera no tenía ni idea de qué iba, de qué me iba a esperar, de con qué tendría que enfrentarme ni a qué me iba a dedicar. Sin embargo, con el paso de los años, he ido viendo todo lo que me ha gustado, he ido comprobando que hay cosas que jamás se me darán bien, he ido buscando tierra firme. Nunca entendí del todo en qué consistía ser un publicista o un relaciones públicas. Creo que es una de esas carreras que tienen mil mitos volando y nadie conoce. Reconozco que era tan ignorante que ni siquiera sabía lo que no sabía. Y ahora, me sorprendo a mí misma emocionándome buscando anuncios de gente que consiguió cambiar la vida de otros, que transmitió la felicidad, alegría, nostalgia; que sabe cómo convertir el mundo en un lugar mejor.


        Al fin y al cabo para eso estamos aquí. Estamos aquí para contribuir a la sociedad, para hacer el mundo más habitable, para repartir humanidad. "El hombre es digno por su unicidad y por su humanidad" leí en algún sitio. Y en esta carrera estás tan en contacto con lo que son las personas en realidad que es increíble el impacto que puedes tener si sabes jugar bien tus cartas.

      Elegí esta carrera casi a cara o cruz. Siempre pensé que estudiaría periodismo, y estaba entre esta y publicidad. Eran las dos opciones que no estaban tachadas de la larga hoja donde estaban todas las carreras apuntadas del mundo dentro de la universidad que había escogido. Pero en el momento de decidirme por una o por otra opción no sé qué me impulsó a tachar, por última vez en esta hoja, la carrera que durante tantos años había sido mi primera opción. Puede que ahora lo sepa mejor.


      Pero, ¿desde cuándo tiene que ser una cosa u otra? ¿Por qué no se pueden tener las dos? Publicidad y relaciones públicas es una carrera mágica y que le recomiendo a todo el mundo, es una carrera que te enseñará a ser lo que tienes que ser, a definirte para poder moverte en un mundo tan cambiante y tan en desarrollo afortunadamente. Tú mismo serás tu marca. Y mejor ser una lovemark. Pero la escritura, el contar historias, el suplantar pequeñas identidades... Es mi pasión. Es que esta carrera me permite hacer las dos cosas. 


      Me permite contar historias y transmitirlas al mayor número de gente posible, transmitir mensajes llenos de esperanza, trabajar con todo tipo de personas y estar en contacto diariamente con grupos de gente muy diferentes. Al final, está visto que en el pluralismo está la solución. Esto es algo que he aprendido con mi optativa de filosofía. Esta es una carrera extraordinaria. 

lunes, 20 de mayo de 2013

Modus operandi


Han acabado los exámenes. Ahora, si todo ha ido bien, te vas para no volver. Te vas y no sé cuando te volveré a ver. ¿Será más pronto que tarde? Me he resignado a aceptar que será más bien dentro de mucho tiempo. Pero quién sabe. Quién sabe. Te espera tu nueva vida. Una en la que, lamentablemente, yo no quepo. No tengo más hueco que el que ocupo ahora. No estoy diciendo que quisiera ocupar otro, simplemente que me gustaría que no dejases tú de ocupar el tuyo. Pero es inevitable, ¿no? Todos avanzamos, seguimos... Nuestra estabilidad está basada en el cambio. Y este cambio nos traerá a todos cosas grandes y oportunidades nuevas.  Tenemos que aprender a utilizarlas también. Es ley de vida.


Es increíble que realmente no seamos capaces de acostumbrarnos al cambio, ni a madrugar por las mañanas. Tengo la teoría de que nos engañan diciendo que es realmente nuestra estabilidad. Me he levantado a las ocho de la mañana muchísimas más veces en mi vida que antes de esta hora. Y no por gusto, y no por deber. Tampoco me he hecho aún al cambio, no he desarrollado un modus operandi que llevar a cabo cuando algo cambie en mi vida. Este el problema: no tengo un modus operandipara ti.

Lo peor es que, aún sabiendo que todo va a cambiar, se va a transformar, va a desembocar en otra cosa, siempre el cambio nos pilla en situaciones de crisis, en situaciones de bajón. Siempre nos pilla por sorpresa. Y no siempre sabemos llevarlo del mejor modo, vivirlo de la manera que realmente sería justa. Sí, justa.

Todos sabíamos que te ibas a ir en cuanto terminaras, pero nadie pensamos que realmente llegara este día. Nadie quería creer que fuera verdad. Todos intentábamos convencerte par que te quedaras aunque fuera un año más. Es como pedir un año más de vida a un enfermo mortal: te pedíamos 365 días más, y aún mejor si el año fuera bisiesto. Aunque, como todos sabemos, nadie que se precie pediría menos que un año ni más que toda la vida. Y quien dice un año, dice dos y dice tres. Y de tres a "para siempre" hay muy poco.
Pero así son las cosas, quiero desarrollar un modus operandi para que, cuando vuelvas y tengas que irte de nuevo, saber actuar. El problema es que todo lo que se me ocurre acaba mal pues te vuelves a marchar. En realidad, no voy a hacerlo. Y no lo voy a hacer porque si lo hiciese consistiría en que te quedaras. Sí, tendría este fin. Y eso tampoco puede ser así. Así que me voy a quedar mirando tu regalo y lo guardaré cuando te marches en una vitrina de trofeos. Y mi único modus operandi será que vuelvas.



Buen viaje.
Hasta pronto.

jueves, 11 de abril de 2013

Descubriendo América


San Agustín cuenta en Las confesiones que, aunque en su vida había tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que deseara ser engañado”[1]

 Es curioso pero esto pasa realmente. No hay nadie en el mundo que desee ser engañado, que desee ser herido de esta manera. Y es que la mentira es lo que más daño puede hacernos, puede convertirnos en seres pequeños e indefensos, puede arrinconarnos. Por eso es tan importante la verdad. Nos movemos en un mundo en el que la verdad juega el mismo papel que la gravedad. Es lo que nos mantiene en la Tierra, lo que nos hace darnos cuenta de dónde, con quién y por qué estamos donde estamos, hacemos lo que hacemos.



 Imagina por un momento vivir en un mundo en el que no existiera la verdad. Yo no quiero ni siquiera pensarlo. Sin la verdad no somos nada. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez en la vida que te encuentras de frente con dudas existenciales sobre tu vida, sobre quién eres, y si no hubiera verdad, ¿cómo podrías saberlo? Además, hay que reconocer que en estos momentos más que descubrirlo uno mismo, que también, necesitamos que nos lo diga alguien desde fuera. A veces, por la razón que sea, no nos encontramos o no nos reconocemos, nos vemos desde fuera… Y justo porque sabemos quiénes somos podemos decir “este no soy yo” y te puedes preguntar “qué me está pasando”.



 Muchas veces responder este tipo de preguntas conlleva a una inevitable soledad donde hay muchas posibles respuestas flotando dentro de tu cabeza y ninguna válida. Y la soledad está bien a la hora de buscar la verdad, es importante de vez en cuando pararse uno mismo a pensar sobre quién es y sobre otras muchas cosas, pero nunca seremos capaces de descubrirla realmente sin la ayuda de los demás, de los que están fuera y que forman parte de tu vida.

 Esto me lleva a mi segundo punto, y es que la verdad solo es cierta si es compartida. Ahora me voy a explicar: del mismo modo que un niño recién nacido no puede cuidarse solo porque no puede satisfacer sus necesidades fisiológicas, el ser humano tampoco puede que encontrar la verdad por su cuenta. Somos seres sociales por naturaleza y con esta afirmación ni estoy descubriendo América ni he encontrado el tesoro enterrado, pero es que justo por esto solo podemos movernos por un mundo en el que se hable con la verdad por delante y donde la verdad sea objeto común. La verdad está al alcance de todos. La verdad hace feliz, llena de vida. La verdad proporciona seguridad. La verdad sana heridas, cura cicatrices. La verdad duele muchas veces, pero es la verdad. A pesar del dolor, nadie quiere vivir en una mentira. Es importante que conozcamos la verdad no solo para reconocernos, sino también para poder conocer a los demás.



 Si no me dices la verdad, si me engañas, si me intentas vender gato por liebre traicionarás mi confianza, la destrozarás, la harás añicos. Creo que lo has entendido. La cuestión es que yo solo puedo confiar en ti si eres sincero conmigo. No quiero que me digas todas las verdades que piensas, que compartas todo conmigo, no quiero saber qué pasa por tu cabeza veinticuatro horas siete días a la semana, de verdad que no, ni que confundas la sinceridad con la maldad. Lo que quiero, simplemente, es que me digas la verdad.



 Y muchas veces decir la verdad es lo que más cuesta, quizá porque nos damos cuenta de lo que es auténtico. Confesar es de las cosas más difíciles que se hacen, y es algo que hacemos continuamente. Además, uno no se excusa delante de otro si no quiere que cambie su percepción sobre él. Del mismo modo que hay que tratar de ser verdaderos, no nos gusta que nos etiqueten o encasillen en categorías que no admitimos y con las que no nos identificamos. Eso es porque la imagen, la percepción que se han hecho no coincide con la que queremos dar, con la que de verdad somos.

 No puedo conocer a alguien si no conozco su verdad, su razón de ser. No hay porqué compartirla siempre, pero sí que conocerla. Es que parece que vivimos en un mundo donde las “mentiras piadosas” se están haciendo un hueco, cada vez más grande, y se está asentando. No decir la verdad es el primer paso para romper cualquier tipo de relación que se mantenga. No son necesarios grandes actos de desprecio, sino unas palabras que no son verdaderas. Y esta es, en parte, la fuerza de las palabras. Y la fuerza de la verdad.

 Propongo claridad, sencillez, humildad… propongo verdad en la vida de todos. Propongo no tener miedo, propongo seguir adelante, preguntar a los demás, preguntarse uno mismo. Con la verdad por bandera no hay nada que no se puede solucionar, y esto sí que es como descubrir América.





[1] NUBIOLA, Jaime. “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”

jueves, 14 de marzo de 2013

Las cartas sobre la mesa


   Si quieres que te sea sincera, yo misma he pecado de relativismo alguna vez. No voy a ser la primera en tirar la piedra porque no estoy libre de culpa. Pero crees que tú y yo nos podemos poner de acuerdo en algo importante adoptando esta postura. Créeme cuando te digo que yo ya he estado ahí, que sé qué es lo que está pasando por tu cabeza cuando me afirmas rotundamente que “todo depende del color con el que se mire” y que “no me puedo poner en la piel de nadie ni juzgarlo”. Creo que me has entendido mal, no pretendo juzgar a nadie. ¿Quién soy yo para juzgar? Solo a mí misma, y tampoco soy demasiado fiable en este caso.

   Te escribo para que entiendas los errores en los que puedes caer si eres completa y absolutamente relativo. No quiero que confundas términos y sé que, tarde o temprano, eso lo tendrás que vivir en tu propia carne. Pues muchas veces no hay otro modo de aprender que pasando por la misma experiencia. Pero si me lo permites, me gustaría hablarte de lo que yo he vivido, de mis fallos, y de los errores que posiblemente cometerás, pero que tienen solución.

   El primer peligro del que te quiero hablar es de que si todo es relativo, también lo somos tú y yo. ¿Acaso tenemos una existencia relativa? ¿Estamos aquí por una misión cambiante sujeta al momento y a nuestro estado de ánimo? ¿Somos capaces de afirmar cosas que no variarán jamás a lo largo de nuestra vida si pensamos que todo es relativo? Entiéndeme, quiero decirte que si las cosas son relativas, si el “bien” o el “mal” que podemos vivir y experimentar fuera relativo, también tendríamos que serlo nosotros. No podemos prescindir de lo que nos rodea y sujetarlo a nuestro antojo. Tienes que darte cuenta, y con el tiempo lo harás, que no es que esté bien o mal actuar en determinadas situaciones según lo que haya pasado. Si alguien te ha molestado no justifica que el que tú se la devuelvas lo haga menos malo. Al contrario, y no importa –repito–  no importa, lo que sea que te haya hecho. La respuesta no es ni la huida ni el ojo por ojo.


   Y, una vez entendido esto, ¿sería posible una comunicación entre tú y yo si las cosas fueran relativas? ¿Es posible que estemos hablando de lo mismo cuando debatimos sobre la existencia o no de Dios? ¿Será posible que nos conozcamos más a fondo si adoptamos esta postura tan relativista? Creo, sinceramente, que si todo es relativo es imposible que tú y yo lleguemos a un acuerdo, a un punto común. Principalmente porque si ni tú ni yo partimos de la misma definición de la palabra “verdad” o “confianza”, ¿cómo vamos a hablar de qué habría que hacer? ¿Cómo vamos a aceptar lo que los demás hagan? Este sería un mundo de locos en el que, lamentablemente, no se podría vivir. Y en el que, peor aún, no podríamos ni siquiera llegar a conocernos y a comprometernos con nada. Si para ti la puntualidad es relativa, ¿cómo he de entregar yo un trabajo por los dos? Si para ti no tiene la misma importancia que para mí el “para siempre”, ¿cómo vamos a comprometernos con eso?

   Por último, lo que intento dejar claro es que el relativismo solo lleva a encerrarse en uno mismo y a que, aun diciendo que se entiende de lo que se está hablando, no acabar de comprenderlo. Leí no recuerdo donde que cuando una persona lleva demasiado tiempo viviendo sola, solo se escucha a sí misma. Y esto es lo que pasa. No es necesario que entiendas todo lo que te digo, pero sí que sepas de qué te hablo.

   Esto que ahora intento decirte puede parecer un poco complicado. Pero no lo es tanto como parece. La verdad es que no he dejado de darle vueltas al asunto de cómo hablarte para que me entiendas bien. Quizá no debería haberte escrito y simplemente debería haberte cogido por banda para sentarnos a hablar, quizá solo tendría que haberte demostrado que sin los puntos comunes no se puede debatir un asunto. No puedes debatir algo que no sabes lo que es.

   Quiero que sepas que quiero conocerte, saber qué te gusta, saber qué es de tu vida. Esto no implica que seamos iguales, al contrario, tu diferencia conmigo me complementa en muchas ocasiones, pero lo que sí necesito es que tengamos dos ideas claras sobre las que podamos hablar tranquilamente en una mesa de bar con un café delante. Y estoy segura de que tú y yo podríamos conseguirlo. Pero, sobre todo, más que nada lo que necesito que entiendas es esto último. Si no, una relación entre tú y yo es inviable. Y no quiero que lo sea.



jueves, 28 de febrero de 2013

Que tú no estés solo significa que otro llegará



   En este punto soy consciente de haber quedado muy por debajo de lo posible. Sencillamente porque para consumar la tarea mi fuerza es demasiado escasa. Otros vendrán, espero, que lo hagan mejor.[1]
   Resulta que de todo lo que he leído sobre Ludwig Wittgenstein, de todo lo que podría hablar, de lo que dice, lo que no dice, lo que quiere decir, lo que me parece entender que leo entre líneas… de todas estas cosas, lo que más me ha llamado la atención es la frase que cito al empezar el ensayo. Porque pienso que, para reconocer esta gran verdad, es necesario tener una fuerte madurez de espíritu, y un gran amor hacia aquello a lo que te dedicas para desearle siempre lo mejor aunque a veces esto implique quedarse fuera de la línea de tiro. Y es justamente de esto de lo que voy a hablar, de lo que me parece que tengo que hablar: “Es un deber de justicia y una necesidad del  corazón”[2]

   Quizá esta primera frase me haya recordado inevitablemente a Benedicto XVI, con su marcha, con su alejarse por amor y dejar libre el paso. La verdad es que desde el día que lo dijo no he dejado de pensarlo y he intentado, siempre en vano, no tanto entenderle sino entenderme a mí con su acto. Y me parece que, poco a poco, y gracias a la cita de Wittgenstein ya me estoy entendiendo un poco mejor.

   Sentir hacia tu profesión, hacia tu deber, tu misión en la vida tal entrega es lo que no podía comprender. ¿Cómo es posible una entrega tan grande? En la teoría supongo que sí entendía algo, pero en la práctica no veía la luz. Y la estoy viendo. Dedicación, empeño, trabajo, perseverancia, esfuerzo, cariño, dulzura, deber, amor… Sobre todo amor. Amor hacia lo que haces, amor por encima de todo, amor por otra persona. Y me pregunto que si eres capaz de amar tanto a una persona, ¿no harías todo lo que fuera por que estuviera bien abastecida y nunca le faltara de nada? ¿O por que no conociera la palabra “carencia” ni “tristeza”? ¿O por que la felicidad estuviera siempre alrededor? ¿O por que tuviera una mano amiga fuerte siempre cerca? ¿Un lugar donde sentirse seguro?

   La verdad es que cuando supe de la noticia, pensé primero en el Papa pero ligado a él fue inevitable ese sentimiento de orfandad, de decir “¿estamos solos? ¿Y ahora qué?”. Pero después de leer y leer mucho, solo puedo aspirar a entender lo que le mueve, lo que impulsó un día a Wittgenstein a escribir estas palabras en su prólogo, y esperar sentirlo algún día. Porque ahora entiendo que ese tipo de entrega y de amor hacia lo que haces, y hacia las personas por las que lo haces, es lo que hace que priorice aquello antes que uno mismo y que aceptes que puede que no sea el momento, que no se pueden dar más pasos hacia delante y antes de retroceder lo mejor es moverse un pasito a la derecha.

   Wittgenstein pasa su vida buscando la pureza y la suprema exigencia del deber, como indica Ray Monk. Él vive la Primera Guerra Mundial en sus carnes que es, además, donde escribe el Tractatus, y donde da las primeras pinceladas sobre lo que es ser un genio, por seguir citando a Monk. Y Wittgenstein, igual que nuestro Papa, nos ha demostrado sin quererlo cuánto pudo querer a esta disciplina hasta tal punto de entender que si faltan fuerzas para cumplir bien tu cometido no pasa nada, pues otro llegará con fuerzas renovadas y capaz de seguir adelante. Y eso es lo correcto. Y esa es una decisión que no se puede tomar solo.




   No pretendo igualarles con este ensayo, simplemente quisiera agradecer a Wittgenstein haber dicho estas palabras y haberme explicado el porqué el amor hacia lo que haces puede más que el propio querer hacer. Por haberme hecho entender la magnitud de las fuerzas necesarias para llevar a cabo semejantes acciones, y para decirlas en voz alta. Por dar ejemplo de humildad reconociendo que otros llegarán que lo hagan mejor cuando no se puede tirar más. Y, claramente, gracias a Benedicto XVI, por querernos tanto.




[1] Ludwig Wittgenstein: “Tractatus Lógico-Philosophicus”. Prólogo.
[2] Discurso del Papa Benedicto XVI a los voluntarios en Ifema, Madrid.

Juntos somos más





   ¿Cuántas veces has visto este rostro? ¿Cuántas veces no te transmitió absolutamente nada? ¿Cuántas veces te transmitió paz y tranquilidad? ¿Cómo confiaste tanto en él? ¿Quién es ese hombre que dirige al equipo de la selección española de fútbol a la gloria una y otra vez? ¿Cuál es su truco? ¿Cómo hace que once personas se muevan a la vez a lo largo de esos xxx metros de un modo tan armonioso y perfecto? Voy a referirme al mundial en concreto, a ese momento, y a cómo esa persona me fascinó y me cautivó su carácter, su saber jugar, su saber ser.


   Cuando salió en clase la oportunidad de participar en el coloquio de Vicente del Bosque, no dudé ni un momento en alzar mi mano tan alta y tan rápida como la bandera en un campamento militar. Tenía que satisfacer mi curiosidad por él. Y por si te interesa saber cuáles fueron mis motivos, te los voy a dar.

   Desde hace ya algún tiempo, más del que quizá deba admitir, llevo preguntándome por cómo conseguir que la gente trabaje en equipo. Me interesa mucho esa capacidad de unir a la gente, de hacerle sentir parte de algo, de hacerle sentir grande. Y conseguir que se involucren con lo que hacen, lo que tienen que hacer, transmitirlo con alegría, ilusión y entusiasmo. Y como él hizo, no sólo conseguirlo con los veintidós jugadores que tenía a su cargo, sino con toda una nación, con toda España. Mi querida España.



   En un momento de crisis absoluta, no mucho mejor que en la que ahora nos encontramos, hubo un tiempo donde las mejores noticias ese verano provenían de la selección. Corrijo. Provenían de nuestra selección, de su saber hacer. Y no importaba si eras barrendero, funcionario, banquero, estudiante, taxista, panadero o camarero. A la hora del partido, esperabas a que sonara el himno. Reconoce que eras uno de esos, como yo. Te pintabas la cara, te vestías de tus colores. Y todo eso por ver jugar a tu equipo. 


   Y eso no es algo que consiguieron los jugadores con su buen jugar, sino que lo hizo él. Él les enseñó como jugar bien, la importancia del compañerismo, como sacarle partido a sus puntos fuertes y a pulir los débiles, a confiar en los que tenían a su lado, a ir por el bien del equipo, a hacer gala del "sonríe ante la prensa", a tener buen carácter, a jugar limpio, a honrar al enemigo, a no dejar caer la toalla cuando puede parecer que está todo perdido, a seguir luchando si-em-pre... A celebrar en el momento justo, a no adelantarse, a saber esperar, a delegar...



   Habiendo conseguido tantas cosas, transmitir tantas ilusiones, ¿cómo no querer ir a oírle e intentar que se me pegara algo, aunque fuera solo por estar en la misma sala que él? Envidio su capacidad de liderar, de mover a la gente, de saber dirigir con mano de hierro y guante de terciopelo y saber mantener la calma en momentos de gran incertidumbre, y guardar bajo siete candados este nuevo rostro, que solo mostró tras ganar.






   Y ser el culpable, con todas las letras, de que mucha gente saliera esa misma noche a Cibeles a celebrarlo, de que llorásemos de emoción, de transmitirnos esa alegría y lo más importante, que pudiésemos creernos todos que "somos campeones del mundo" y que  somos grandes para celebrarlo sin miedo. Y todos lloramos. Este es mi motivo, cada uno tiene el suyo. La verdad es que siempre intentaré hacer mía esa cualidad suya, y espero conseguir poseerla algún día y que haya tanta magia como la que hubo ese verano de 2010.